Por Víctor Sánchez Baños

 

En el intestino del gobierno, se juegan las contras los de la trinchera del Banco de México y de la de Hacienda. Los primeros, encabezados por Agustín Carstens, buscan controlar la inflación como un mandato constitucional. Los segundos, ahora al mando de José Antonio Meade, les importa un comino lo el disparo de los precios por sus decisiones de incrementar bienes y servicios que proporcionan como electricidad y combustibles.

El último reporte de inflación, anualizada, se ubica en 2.97%. Justifican el incremento de los precios de los productos de la canasta básica de lo que consumimos los mexicanos, por el aumento de electricidad y gasolinas.

Sin embargo, hay un rubro que es el más cercano a la realidad. Se trata de la inflación subyacente (anualizada en 3.07%), que corresponde a productos que están fuera de la canasta básica, pero sin los combustibles. Lo integran alimentos procesados, bebidas, tabaco, vivienda (habitación), educación (colegiaturas) y otros servicios. Esto es lo que pega directamente a las clases medias.

Realmente, al acudir a los tianguis, mercados y supermercados, se aprecia que los precios se dispararon entre un 15 y 40% en un año. Las encuestas sobre inflación del INEGI es la ficción científicamente comprobada.

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