Por Víctor Sánchez Baños

 

Hace algunos años, visité la ciudad porteña de Viña del Mar, en Chile. Durante la noche, se registró un fuerte temblor y una amenaza de tsunami. Afortunadamente no pasó a mayores.

En cambio, aprecié el valor de la prevención. Esta viene desde la instalación de sirenas y alarmas, hasta la preparación de la población ante una alerta de temblor, tsunami o cualquier otro sorpresivo embate de la naturaleza.

Segundos antes del temblor sonó la alarma de temblor, lo que es relativamente común en esa zona de alto riesgo telúrico; después apareció otra alerta de tsunami mientras, al mismo tiempo, la radio, televisión y los policías sabían perfectamente su función de orientación a la comunidad. Conocían perfectamente los protocolos de emergencia. Todo se acción con precisión quirúrgica.

En México, tenemos largos litorales y no hay sistemas de alerta para tsunamis o temblores muy fuertes. Gran parte de la población está abandonada. Al igual que la costa del Pacífico, en el Caribe hay una falla importante que podría activarse y generar un fuerte temblor que acabe con cientos de miles de vidas en ciudades como Cancún, Chetumal, Cozumel, Playa del Carmen, entre otras de Quintana Roo.

Y, todo por no gastar unos cuantos pesos en sistemas de prevención. Un uso irracional y criminal del presupuesto que pone en riesgo de muerte a miles de personas.

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