Por Víctor Sánchez Baños

No debemos perder de vista la línea económica del final de sexenio de Enrique Peña Nieto. La salida de José Antonio Meade, para buscar la Presidencia de la República, y la llegada de José Antonio González Anaya a Hacienda, la señal es clara: la continuidad.

Mientras en Estados Unidos, se aprobó una baja en los impuestos de los grandes contribuyentes, lo que será el imán para atraer capitales de varias latitudes, donde México no sería la excepción, las autoridades de Hacienda no piensan en una estrategia similar. El problema es el otorgamiento de estímulos fiscales para mantener el pesado aparato burocrático, que aglutina al 8% de la población que, al mismo tiempo, es electora.

González Anaya, mantiene la misma escuela de Meade y Videgaray. Esta política le ha dado tranquilidad financiera a Peña Nieto. No quiere cambiar nada. Ni siquiera aumentar o disminuir impuestos. El tema de la gasolina, que es el más sensible desde el punto de vista electoral, lo dejó hace varias semanas a la libre oferta y demanda, con un subsidio emergente para evitar que se disparen los precios para abrir el margen de utilidad para los distribuidores.

La política fiscal se mantendrá sin cambios bruscos, pero con ellos se mantiene un riesgo implícito: la fuga de capitales. El principal activo del gobierno mexicano para atraer inversiones es la mano de obra barata. Sin embargo, esto lleva a un deterioro en el poder adquisitivo de los mexicanos que es intolerable.

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