Por Víctor Sánchez Baños

 

Cada día el precio de la leche pasteurizada en el país, está más alejada del bolsillo de la mayoría de los mexicanos, especialmente los más pobres.

Hasta noviembre de 2017, la ingesta nacional acumulada del lácteo bovino se colocó en 10 mil 816 millones de litros, 1.9% más que en 2016. Sin embargo, se mantiene como un consumo insuficiente para los requerimientos de grasa y calcio de una familia con salario mínimo.

Una buena parte de esas necesidades las cubre Liconsa, el organismo gubernamental de distribución de leche a bajo precio. Sin embargo, esta empresa gubernamental, en el esquema neoliberal, busca un equilibrio en sus finanzas y, sin afán de lucro, quieren salir tablas, pero no lo logra.

Esto se debe a la devaluación del peso frente al dólar, ya que la mayor parte de la leche que se utiliza para distribuirla entre los pobres, se adquiere en Estados Unidos.

De acuerdo con la Cámara Nacional de Industriales de la Leche (Canilec), Estados Unidos fue el país de origen de la mayor parte de las importaciones: 75% de nuestras compras de lácteos, en el primer semestre de 2017, provino de este país. En 2016, esa nación se posicionó también como el proveedor número uno de México en el mercado de lácteos. En segundo lugar está Canadá y después Europa.

Los productores mexicanos no alcanzan los precios de los productores foráneos ya que los subsidios a los ganaderos son mínimos o inexistentes, a comparación de nuestros competidores internacionales.

Por ello, la estrategia en la producción de leche debe transformarse. Más dinero a producción de alimentos que en hacer política.

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