Por Víctor Sánchez Baños

Los gobiernos viven de su captación fiscal. Disminuir impuestos es similar a cancelar proyectos de infraestructura y bienestar social, especialmente en programas destinados a los más pobres de una nación. Ahora, bajar los impuestos a los más ricos, de acuerdo a la política fiscal de la administración de Donald Trump, representa una jugada audaz para atraer inversiones extranjeras y estimular un círculo virtuoso de más inversión, más empresas, más producción, más empleo y más consumo, lo que demanda más mercancías. Por eso, el Peso mexicano se desplomó ante el Dólar.

Hace unos días, el Senado estadounidense aprobó la reforma fiscal más profunda en 30 años y generará un recorte de impuestos de 1.5 billones millones de dólares en el plazo de dos años, con las empresas como principales beneficiadas. Baja el impuesto de sociedades del 35% al 20% —por debajo de los tipos aplicados en Francia o Japón— y duplica el mínimo exento a las familias (de 12,000 a 24,000 dólares en parejas), entre otras medidas, que muchos gobiernos no se atreverían a aplicar por motivos económicos.

Elimina, programas como el sistema de salud impuesto por Barack Obama, que disminuía el costo de los sistemas de salud para las grandes mayorías de estadounidenses. Ese es el costo social, pero puede incrementar el desarrollo económico de esa nación.

En otras naciones como México, no quieren aplicar esas medidas y competir con Estados Unidos, lo que lleva a dar una sola arma de competitividad ante la política fiscal de Trump: la mano de obra barata y calificada mexicana. En captación fiscal, para el gobierno mexicano, ni un paso atrás.

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