Por Víctor Sánchez Baños

Una de las decisiones más complicadas de un presidente de la República en turno, es la designación de su sucesor. Los priistas tienen el numerito muy bien armado, a diferencia de los panistas que no se ponen de acuerdo y no hay disciplina a sus líderes.

Pero, Enrique Peña Nieto, hizo una jugada para dejar un camino sin sorpresas a su administración en materia de finanzas públicas. La salida de José Antonio Meade, para convertirse en el candidato del PRI a la Presidencia de la República, deja las cosas en manos de quien seguirá sus pasos, José Antonio González Anaya.

Es el mismo equipo, cuya cabeza es Luis Videgaray, quien tiene una estructura política financiera muy instrumentada. Tanto Meade como González Anaya, forman parte de la misma cuna. Lo mismo ocurre con el que seguramente será gobernador del Banco de México en sustitución de Agustín Carstens quien se va a trabajar a Estados Unidos, Alejandro Díaz de León,  quien desde enero es vicegobernador de esa entidad financiera central.

Meade es un funcionario transexenal y transpartidista. Esto aseguraría, en caso de ganar, que se generen condiciones de estabilidad en la política económica y financiera del país. Los mercados financieros respondieron con tranquilidad, incluso con alzas moderadas.

En cuanto a Pemex, con Carlos Treviño, será lo mismo. No se aprecian cambios a la vista. Seguirán los mismos proyectos y las mismas condiciones. En pocas palabras no se observan sobresaltos.

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